UNA DE GOFIO
De aquello que esta noche me puse melancólica pensando en
las tradiciones canarias. De aquella que estaba yo en tierras peninsulares con
las carnes tiernas de los veinte años y tenía ganas de sentirme princesa
buscando su corona. De aquella que terminaban los ochenta y empezaban los
noventa, y las greñas largas y los bailes de grunges desfogados y melancólicos inundaban los
bares alternativos de litrona de máquina y cubatas a 300 pesetas. Y yo
recordando y recordando me monto en la máquina del tiempo, de esas llenas de
mecanismos de relojería, de esas de steampunk, que el futurismo del novechento
es como más “moderno”…y me pongo en el año 1992. Y es una noche de… “con un
talego un gran pedo”.
Y entro en La Iguana (ese bar que todos los neomodernos
viven en sueños). Y me he bebido 4 litros, 3 ginebras y he visitado el garage que resucita
a los muertos, donde fluyen las fuentes del exceso. Me acerco a lo negro, a la
zona de tinieblas…esa zona que los treintones echamos tanto de menos, porque
sobran las luces en los locales del nuevo siglo. Las sombras ayudan, no tanto a
esconder defectos, que poco importan a los veinte, sino a desinhibir miedos,
que mucho sobran en esos tiempos. Porque de palabra somos golfas, pero coño, que
tienes 20 años nacida en los setenta, no es lo mismo.
Y yo crecida por la embriaguez, superando ser la mujer
inmensa de metro setenta y pico, entre muñecas de a cincuenta, superando mi
monstruosidad de gigante rubia de sensuales caderas, me acerco a ello. Y ello
no es mas, ni menos, que un objeto de deseo, como todos esos objetos de deseo
que subyugan cualquier identidad femenina. El lider, el monstruo del onanismo
secreto en tu alcoba, la perfección de rizos de espejo de Jim Morrison, los
ojos que nunca se percataron de tu presencia, un Dios apocaliptico.
Y te arrincono en una esquina, y serpenteo sobre tu cuerpo,y
busco tus labios, y encuentras los mios. Encuentras mi cintura, yo encuentro tus
hombros, y tu espalda, y tus gluteos, y tu sexo. Y bailamos con celo, con
sudor, con humo, con aliento.
Mi Dios me lleva a su cielo, me roba la ropa, empapa mi
cuerpo. Y ya no me acuerdo, porque los grados mezclados de cerveza, copas y
sabanas me atrapan en las profundidades de la suavidad de su cuerpo y cierro
los ojos y me duermo.
Sueño con tus manos esculpiendo mi carne, con tu viento modelando
las dunas de mis pechos, con un rio de saliva surcando mi centro.
¿Qué hora es?, estoy sola en la cama, el no está. Huele a
hogar.
Buenos dias, le digo. El está sentado en el salón, con la
televisión encendida en modo, “te hago compañía, que mas da lo que echen”.
Tiene una taza en la mano, sorbe de la cuchara. Yo muero de hambre, el nunca
llego a invitarme.
¡Hola! me dice. Estoy desayunando, ¡es gofio!...de tu
tierra…¡esta bueno!.
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