viernes, 26 de octubre de 2012



UNA DE GOFIO

De aquello que esta noche me puse melancólica pensando en las tradiciones canarias. De aquella que estaba yo en tierras peninsulares con las carnes tiernas de los veinte años y tenía ganas de sentirme princesa buscando su corona. De aquella que terminaban los ochenta y empezaban los noventa, y las greñas largas y los bailes de grunges desfogados y melancólicos inundaban los bares alternativos de litrona de máquina y cubatas a 300 pesetas. Y yo recordando y recordando me monto en la máquina del tiempo, de esas llenas de mecanismos de relojería, de esas de steampunk, que el futurismo del novechento es como más “moderno”…y me pongo en el año 1992. Y es una noche de… “con un talego un gran pedo”.

Y entro en La Iguana (ese bar que todos los neomodernos viven en sueños). Y me he bebido 4 litros, 3 ginebras y he visitado el garage que resucita a los muertos, donde fluyen las fuentes del exceso. Me acerco a lo negro, a la zona de tinieblas…esa zona que los treintones echamos tanto de menos, porque sobran las luces en los locales del nuevo siglo. Las sombras ayudan, no tanto a esconder defectos, que poco importan a los veinte, sino a desinhibir miedos, que mucho sobran en esos tiempos. Porque de palabra somos golfas, pero coño, que tienes 20 años nacida en los setenta, no es lo mismo.

Y yo crecida por la embriaguez, superando ser la mujer inmensa de metro setenta y pico, entre muñecas de a cincuenta, superando mi monstruosidad de gigante rubia de sensuales caderas, me acerco a ello. Y ello no es mas, ni menos, que un objeto de deseo, como todos esos objetos de deseo que subyugan cualquier identidad femenina. El lider, el monstruo del onanismo secreto en tu alcoba, la perfección de rizos de espejo de Jim Morrison, los ojos que nunca se percataron de tu presencia, un Dios apocaliptico.

Y te arrincono en una esquina, y serpenteo sobre tu cuerpo,y busco tus labios, y encuentras los mios. Encuentras mi cintura, yo encuentro tus hombros, y tu espalda, y tus gluteos, y tu sexo. Y bailamos con celo, con sudor, con humo, con aliento.

Mi Dios me lleva a su cielo, me roba la ropa, empapa mi cuerpo. Y ya no me acuerdo, porque los grados mezclados de cerveza, copas y sabanas me atrapan en las profundidades de la suavidad de su cuerpo y cierro los ojos y me duermo.

Sueño con tus manos esculpiendo mi carne, con tu viento modelando las dunas de mis pechos, con un rio de saliva surcando mi centro.

¿Qué hora es?, estoy sola en la cama, el no está. Huele a hogar.

Buenos dias, le digo. El está sentado en el salón, con la televisión encendida en modo, “te hago compañía, que mas da lo que echen”. Tiene una taza en la mano, sorbe de la cuchara. Yo muero de hambre, el nunca llego a invitarme.

¡Hola! me dice. Estoy desayunando, ¡es gofio!...de tu tierra…¡esta bueno!.

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