domingo, 13 de abril de 2014

BACANALES



Hoy no tengo el cuerpo para fiesta, dijo.
Veinticuatro horas después aullaban rancheras en los callejones empedrados a ventanas de fortalezas en ruinas.
Poseída por Dionisio era incapaz de caer en los brazos de Morfeo.

En su boca el sabor de varios hombres. En su corazón el mal augurio de no poder conquistar esa dura isla gobernada por un marinero de pelo alborotado y mirada clara.
Buscando nuevos tugurios, el olor a ranció le gustaba, sintiéndose pirata, guardaba en su bolso tesoros robados en barcos portugueses.
Viejas sirenas del nuevo mundo se arrastraban delante de ella, que reía con la boca abierta al lado del dios que la poseyó, Dionisio, que blandía una cerveza como quien levanta una lanza con la que va a matar.
El hechizo convirtió aquel lugar  en un puerto lejano, lo convirtió en noche para siempre, los coches ahora eran carretas tiradas por caballos, las calles asfaltadas lodazales con olor a orines y excrementos.
Un cortejo de sátiros rodeaban a Dionisio y a su musa, bailaban con prostitutas y corsarios con patas de palo. Tiempos mezclados, como un combinado de alcohol.
Arrastrando su botas se agarrada al brazo de su querido dios.
Recuerda salir de alguna guarida, entre sus piernas el escozor del exceso, en sus pantalones el olor del deseo, pegajoso y dulzón.
Ahora rebujada en una tormenta de licores que cubrían sus sentidos como una manta de niebla espesa, se da cuenta de cuan fácil era estar en otro tiempo con ayuda de ese veneno maravilloso.
Se presenta el diablo con el antídoto para sacarla del enloquecido abrazo de baco. Maldito diablo, que manda a la musa de nuevo a las tinieblas abismales del mar de donde emergió, de nuevo a las frías aguas del Atlántico. Ahora sabe que desde allí nunca podrá conquistar la isla del marinero de pelo alborotado.
Mira hacia atrás vacía su bolso del motín y de nuevo se sumerge   en ese océano de cordura que la tiene presa.

jueves, 10 de abril de 2014

POSEIDÓN Y YEMANYÁ.

Ella llegó vestida de flores y con una bandeja de frutas, subió a su canoa, contenta, no era la primera vez que iba como ofrenda al dios Poseidón. Le daba miedo su barba y su cara de loco, pero era la mas joven de la tribu y sabía cual era su sino.
El dios Poseidón la trababa bien, le daba comida, besos y la dejaba decidir. Pero ella era débil. Era hembra, era simplemente mujer. Y se enamoró. Su mirada se volvía lluvia cuando Poseidón la observaba. Su cuerpo todo agua, todo humedad, era la vida, era la tierra, era Yemayá. Mar. Quien domina la creatividad y a la madre natura. Pero ella ….ay! pobre, no lo sabía.

Se creía dominada por el dios Poseidón, dios de los mares, ese ser que cuando se enfadaba hendía en el suelo con su tridente y provocaba manantiales caóticos, hundimientos y naufragios.

Pero ella, con sus flores rodeando sus pechos y su sexo, con su humilde bandeja de frutas y su mirada de niña no sabía de su poder. Quedó muerta en su segunda visita. Ese dios, esbelto ya no la miraba. Su pueblo había puesto toda su esperanza en esa diosa, pero es que ¡ella no sabía de su poder!. Se comportó como una hembra más. Retrocedió. Y amenazó con un no.
Y Poseidón, ese dios de los mares, el temido, el señor del tridente, el agitador de tormentas, también llamado Neptuno por algunos idiotas, no quiso tener en su canoa a una simple muchacha. Quería a una diosa. A la primera diosa, a Yemayá.
Pero es que Yemayá es mujer. Y aunque ya la había poseído bajo el influjo de la luna llena en otra ocasión. Hoy, sólo tenía una bandeja de frutas y una mirada huidiza, superflua, ambigua.
ESA NO ERA SU DIOSA, SU HEMBRA, SU YEMAYÁ.
Era una simple humana. Una asquerosa y pequeña humana llena de complejos, un ser de carne, apestosa carne… no había ni rastro de una diosa.

Porque ser diosa es creer, es simplemente ser, es oler a diosa, es reír como diosa. Es follar como diosa. Es elevarte por encima esa masa informe que se hace llamar humanidad. Y que el placer de esa diosa derrame lava de los volcanes, provoque incendios y destruya ciudades con su poder.

Pero ese día Yemayá se pensaba humana, y como tal abandonó la canoa, con su cesta de frutas, y con la frente baja. Nunca más volverá a su tribu. Se sumergirá en las oscuras aguas del atlántico para ser leyenda y no una humana más.

Ahora solo quiere ser el recuerdo de aquellos que la gozaron.

domingo, 23 de marzo de 2014

UN DÍA DE CAZA

Adoraba esa sensación. Era como ser un caramelo derretido en una boca caliente. Como el sofoco bajo las sábanas una noche de gripe. Calor, calor y mas calor. Cuando el sol quería hacer acto de presencia y no tenía piedad ni con los lagartos, él se levantaba con el cerebro chorreando deseo. Deseo de ese sucio, de ese que te deja el cuerpo pegajoso, de ese que hiede a vida.

Estaba dispuesto a salir a la calle y no preguntar ni un nombre, no escuchar ni una palabra, solo atender a un gesto.

Se metió en la ducha y depiló su cuerpo. Quería estar preparado para cubrir su cuerpo con cientos, miles de gotas de sudor; que no hubiera obstáculo para que fluyeran por sus brazos y sus piernas, por su pecho, por su cuello, por su cara y sus labios, por su verga.

Se puso cachondo ante la expectativa. Se acarició el pene pero rápidamente desecho la idea. Quería estar desesperado de deseo cuando montara a aquel desconocido.

Salió sin perfume, sin aromas añadidos. Sólo él y sus ganas.

Sería mediodía y el sol azotaba a los transeúntes. Sonrió. El día era perfecto, no fallaría.
Siendo martes el parque no estaría a rebosar, aparentemente, pero la arboleda era otra cosa. Allí los buenos depredadores se camuflaban con el entorno, a la espera de una presa de calidad; en algunos casos sólo de una presa dispuesta.

Se acerco a la zona de caza y se sento en un tronco seco desde el que tenía buena visibilidad. Un par de hienas le acecharon pero no mostró interés por sus penosos huesos. Deseaba una presa de categoría, unos glúteos firmes, una carne fresca. Y le vio.

Parecía un cervatillo asustado pero cuando sus miradas se cruzaron comprobó que era tan solo un disfraz, una piel de cordero. Se acercaron el uno al otro mientras se devoraban en la distancia. No hubo palabras. El cervatillo mostró sus garras. Se arrodillo y con premura desabrocho los botones de su vaquero, le sacó el miembro y lo acarició con ansias. Lamió su tronco, beso su cima y con labios húmedos se la chupo con sed de años.

El le agarró la cabeza con ambas manos y dirigió el ritmo con sacudidas firmes, sintiendo como su garganta se estrechaba y apretaba con fuerza su pene. Rugió. Quería follarse ese pequeño trasero.

Le empujo contra un árbol y le arranco el cinturón con maneras de domador. Azotó sus nalgas y jugo con el pequeño agujero entre ellas. Sin aviso le penetro. Sintió su polla en una cueva estrecha y cálida. El protesto. No le hizo caso, sabía que quería mas. Toco su pene y confirmo sus sospechas. Tenía la verga firma como un soldado. Se la froto mientras le penetraba. Era un cervatillo obediente.
Agotó sus fuerzas contrayendo y relajando sus glúteos, bailando con compás morboso, derramándose en su interior mientras el gritaba al aire un desmayo de gozo.

domingo, 9 de marzo de 2014

DE TRÍOS

Su espalda descansaba con gozo en el colchón, cálido por el contacto humano. Levanta un poco los brazos, aprieta los glúteos y siente el placer intenso de estirarse con su cerebro aún ausente. Levanta la cabeza y puede ver que a través de las sábanas asoman unos diminutos pies de mujer. Unos pies coquetos e ingenuos, unos pies diminutos de mujer diminuta.


Mira bajo las sábanas y ve su cuerpo desnudo. El de ella también. El suyo grande y turgente. El de ella lechoso y diminuto. Si diminuto. Pequeñas curvas conquistan voluptuosamente la cama en forma de valles y colinas. Tiene el tacto suave del melocotón. Recuerda el sabor de su sexo, amargo y dulce a la vez, y como sus piernas pataleaban sin control cuando hundió su lengua entre ellas.


Acarició su delicado costado y deslizo la mano hacia sus nalgas, jugando a buscar un lugar caliente y húmedo. Ella aún dormía. Serpenteo y lanzó un quejido entre sueños. Lamió sus hombros y su cuello, apretó su cuerpo contra el suyo y le jadeo al oído. Ella asintió desde su mundo onírico. Moría de deseo y sudor. Muero de deseo y sudor.


Unas manos grandes y firmes agarran mis caderas mientras intento poseer a la preciosa mujer diminuta. Me coloca boca arriba y besa mis labios. Viajo con la electricidad de mis poros en contacto con su piel. Le doy la vuelta a la mía para que me estrene cada vez que me toca.


El me mira con profundidad cristalina, me vuelve coral. Se sumerge en mi mar, me ahoga con su lengua en mi vulva. Ella despierta y con rostro risueño se acerca a mi ombligo, y escala mis pechos. Siento sus diminutos dientes atacar mis pezones, es suave, es intenso. El la descubre y la coloca en su puesto. Ella entre mis muslos, el entre los de ella.


Me pierdo un momento. Exploto por fuera, palpito por dentro. Te tengo dentro de mi. Cabalgo tu miembro, me empapo de ti, de tu sabor, de tu olor, de tu sudor, de tu saliva, de tu deseo. Ella acaricia tu pelo, devora tus labios, mastica tu cuerpo.



Entregados los tres a un baile sin reglas agotamos hasta el último minuto que cabe en la habitación, quedándonos sin aire, asfixiándonos en el placer.