Adoraba esa sensación. Era como ser un caramelo derretido en una boca caliente. Como el sofoco bajo las sábanas una noche de gripe. Calor, calor y mas calor. Cuando el sol quería hacer acto de presencia y no tenía piedad ni con los lagartos, él se levantaba con el cerebro chorreando deseo. Deseo de ese sucio, de ese que te deja el cuerpo pegajoso, de ese que hiede a vida.
Estaba dispuesto a salir a la calle y no preguntar ni un nombre, no escuchar ni una palabra, solo atender a un gesto.
Se metió en la ducha y depiló su cuerpo. Quería estar preparado para cubrir su cuerpo con cientos, miles de gotas de sudor; que no hubiera obstáculo para que fluyeran por sus brazos y sus piernas, por su pecho, por su cuello, por su cara y sus labios, por su verga.
Se puso cachondo ante la expectativa. Se acarició el pene pero rápidamente desecho la idea. Quería estar desesperado de deseo cuando montara a aquel desconocido.
Salió sin perfume, sin aromas añadidos. Sólo él y sus ganas.
Sería mediodía y el sol azotaba a los transeúntes. Sonrió. El día era perfecto, no fallaría.
Siendo martes el parque no estaría a rebosar, aparentemente, pero la arboleda era otra cosa. Allí los buenos depredadores se camuflaban con el entorno, a la espera de una presa de calidad; en algunos casos sólo de una presa dispuesta.
Se acerco a la zona de caza y se sento en un tronco seco desde el que tenía buena visibilidad. Un par de hienas le acecharon pero no mostró interés por sus penosos huesos. Deseaba una presa de categoría, unos glúteos firmes, una carne fresca. Y le vio.
Parecía un cervatillo asustado pero cuando sus miradas se cruzaron comprobó que era tan solo un disfraz, una piel de cordero. Se acercaron el uno al otro mientras se devoraban en la distancia. No hubo palabras. El cervatillo mostró sus garras. Se arrodillo y con premura desabrocho los botones de su vaquero, le sacó el miembro y lo acarició con ansias. Lamió su tronco, beso su cima y con labios húmedos se la chupo con sed de años.
El le agarró la cabeza con ambas manos y dirigió el ritmo con sacudidas firmes, sintiendo como su garganta se estrechaba y apretaba con fuerza su pene. Rugió. Quería follarse ese pequeño trasero.
Le empujo contra un árbol y le arranco el cinturón con maneras de domador. Azotó sus nalgas y jugo con el pequeño agujero entre ellas. Sin aviso le penetro. Sintió su polla en una cueva estrecha y cálida. El protesto. No le hizo caso, sabía que quería mas. Toco su pene y confirmo sus sospechas. Tenía la verga firma como un soldado. Se la froto mientras le penetraba. Era un cervatillo obediente.
Agotó sus fuerzas contrayendo y relajando sus glúteos, bailando con compás morboso, derramándose en su interior mientras el gritaba al aire un desmayo de gozo.
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