Bebo Whisky desde los 16. ¡Eres un cerdo borracho! decía la puta de mi exmujer. Si, soy un alcohólico de 42 años con la polla mas muerta que una sardina en escabeche pero aún no le he dicho adios a un buen par de tetas. Solo necesito dos cosas, una pastilla y un buen fajo de billetes. Hay muchas zorras dispuestas a mamarsela a un tipo como yo por una noche de copas gratis. Joder, y como gritan cuando las cabalgo a cuatro patas con su cabello entre mis dedos, ¡la mejor de las monturas!.
Podría echarle la culpa de mi penosa condición a todas las tipas que me han arruinado la vida. Sería injusto. El desgraciado que abre el tapón de la botella y se sirve su primer vaso de whisky cada mañana soy yo. Podría decirse que me he hecho a mi mismo. Durante 26 años he modelado mi reflejo en el espejo, hasta llegar a ser lo que soy hoy. Una carícatura burda del joven inquieto y seductor que fui en el pasado. Una deconstrucción de carne y pelo incapaz de conseguir poco mas que una ridicula mueca de patetismo al esbozar una sonrisa. Una cara abotargada, una hinchazón permanente de pies y manos, una resaca eterna cada amanecer, un fenix resucitado ante el gusto amargo del primer sorbo del día.
No me lamento de mi. Esto es lo que soy. Nunca soñe con la tierra prometida, ni siquiera me plantee su existencia. No me van esos rollos filosóficos del ir y venir de la humanidad. Tengo una mierda de trabajo de autónomo que me da lo suficiente para sobrevivir; beber, calmarme los temblores y tirarme a un par de zorras al mes. Estoy servido, ¿mañana?, no se si despertaré de la borrachera de la noche anterior. Vivo al día. Quizás muera al día también.
No recuerdo la última vez que se me levantó. Hace ya mucho tiempo que necesito la discreta ayuda de la farmacia. Si recuerdo cuando mi polla empezó a dejarme tirado. Aquella época ronda en mi cabeza como una nube negra a punto de descargar el diluvio.
Solía frecuentar los bares de la zona portuaria. Son los mejores si nunca quieres cerrar y estar acompañado. Toda clase de animales enfermos y heridos se lamen entre sí la penas entre vaso y vaso. Yo les miraba con curiosidad. Aquel no era mi bando, aún, pero disfrutaba de su compañia. Miserias, desencuentros, sollozos roncos, risas maniacas, abrazos etílicos. El escaparate femenino solía ser dantesco pero en algunas ocasiones algún grupo de niñatas con ganas de aventura arrivaban por aquellos sordidos embarcaderos. Yo afilaba mis garras con las manos en los bolsillos. Solía ser un trabajo de lo mas sencillo, era joven, intrigante y dispuesto a invitar a lo que hiciera falta.
Así la conocí. Entro una noche cualquiera y no salío de mi vida hasta dos años después. Tengo que reconocer que la quería para mi nada mas verla. Era de esas mujeres que te rompen los esquemas, que cambian tus rutinas, que te hacen decir gilipolleces sobre amor y sucedaneos.
Se hacía acompañar de un payaso de tres al cuarto que vendía hachis del barato a incautos con ganas de aderezar su borrachera. Era un ignorante con buena percha que la llevaba de trofeo a todas partes. Ella era una diosa con ganas de pasarlo bien a toda costa. Ahora era este payaso, mañana sería cualquier otro. Pero la ceguera que me produjo sus largas piernas de marfil y el magnetismo que provocaba a su paso no me hizo ver lo que ella realmente era, una puta con clase. Intenté seducirla con toda clase de artimañas, pero ella solo respondía a los verdes, cuantos mas ceros mejor. Un hombre tan solo era una polla con cartera. Y cuando descubrio que la mia abultaba mas que la del desgraciado camello, no dudo un instante en bajarse las bragas.
La recogí en la estación de tren del barrio financiero, ¡que ironía!. Ella estaba dispuesta a darlo todo desde el primer segundo. La vi al otro lado de la acera. Hasta que el semaforo le dió paso, la espera fue eterna. Cuando la tuve frente a mi, ella se avalanzo en mis brazos. Sus besos eran sabios, su lengua se deslizaba como una serpiente sinuosa. El deseo surgió al instante bajo mis pantalones, creció firme y sin titubeos. Aún no estaba borracho, dejaría de estarlo por meses porque sólo con su tacto mi adicción estaba saciada. Su cuerpo era un oasis para mi sed. No tuve que desnudarla, se deshizo de todas sus prendas con la naturalidad que uno se desviste en la intimidad, sin miedos, sin complejos, despojándose de lo que nos sobra desde que nacemos. Entre sus piernas un nectar cálido. Bebí de su sexo con desesperación. Mordí su clítoris mientras sus piernas temblaban a ambos lados de mi cabeza. Lamí sus labios mientras sus jadeos inundaban la habitación. Un día, y otro, y otro. La follé entre mil sudores. Y la amé.
Suena estupido, la amé. Toda mi fortaleza se vino abajo ante la tentación de una mentira.
Pero los sueños no durán eternamente, y un día, despiertas. Despiertas cuando el extracto del banco tan sólo resta y ella deja de arrodillarse ante tu verga. Despiertas cuando una mañana vuelves a tener sed, mucha sed, y lo único que te sacía es un bar, unas copas y unos mostruos deformes sonriéndote y dándote la bienvenida. Cuando una noche llegas a casa con la mirada perdida, balbuceando y quieres poseer lo que es tuyo...y no tienes mas que un colgajo entre las piernas y la macabra sonrisa de una puta que se mofa de tí. ¡Cariño, eres un cerdo borracho!
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